miércoles, 14 de septiembre de 2011

La herencia del Franquismo

             De vez en cuando me doy el gusto de debatir con personas que pasan de los 80. Aunque reconozco que es divertido desmontar sus arcaicas teorías mientras se aferran con rabia a argumentos caducos, muchas veces solo escucho callado lo que dicen. Sus anónimas historias, marcadas por un ambiente que huele a guerra y a miseria, narran en primera persona el día a día de individuos corrientes aquejados por infancias rotas, dibujos de bombardeos o parientes desaparecidos. Pero a pesar de que cada uno cuenta su versión de los hechos, todos coinciden en destacar el horror de la posguerra. Los temas más recurrentes de esta lúgubre etapa oscilan entre la educación sexista, con sus máximas y castigos, y las colas para conseguir comida con las cartillas de racionamiento, que ahora son pieza de museo y se guardan como una reliquia. Sin embargo, en el aspecto político todo es mucho más caótico. Debido a las diferentes vivencias y posturas familiares, cada uno define como mejor le viene. Para unos, la guerra y el Franquismo son una moderna tragedia griega en la que perdió la Libertad. Para otros, una etapa dictatorial necesaria para estabilizar la política de España y progresar.

Entre tanto argumento y disputa bilateral, me hicieron falta unas cuantas tardes para darme cuenta de la profunda herida que ha dejado la guerra en este país, un corte profundo en la yugular que aún hoy sigue sangrando. Y es que aunque parezca algo desfasado y obsoleto, aquella época oscura nos ha rentado una herencia que aún hoy nos pesa. Un legado integrado por diferentes aspectos políticos y sociales en torno a un mismo dilema: la España dividida. Todos conocemos el célebre “estas con ellos o con nosotros” que tanto sonó en aquella época donde “no te podías fiar ni de tus amigos”, pero es que ahora igual te sale un roto que un descosido y un tránsfuga te concede una alcaldía en Benidorm o un diccionario de la Academia Histórica te suaviza la figura de Franco. Y claro, se lía.

Como suele ocurrir en estos casos, el legado del que hablamos se ceba con los más vulnerables, que en este asunto quizás sean los jóvenes. Hambrientos de grandes logros y llenos de vitalidad, reviven días aciagos y se convierten en el exponente más alto de aquel recuerdo. No han vivido los tiempos más duros del siglo XX, pero no tienen ningún reparo en pasear con orgullo sus banderas republicanas cada 14 de abril o afirmar convencidos que con Franco se vivía mejor. Como consecuencia, no es que no toleren a ideologías opuestas, es que las ven como enemigas a combatir. Al mismo tiempo, consideran su propia postura como única y genuina. Es esta intolerancia la que nos hace vulnerables ante extremistas y dirigentes cegados por el poder, y también la que contribuye a que una persona, ya sea anónima o no, le deba lealtad a una determinada ideología casi sin saberlo.

No lo parece, pero a usted, lector, sus conocidos le han asociado una ideología, a poder ser “de derechas” o “de izquierdas”. En el momento en el que algo se sale de ese cauce establecido es como si estuviese faltando a sus principios políticos, y entonces se produce la regresión: “¿oye tío, pero tú no eras de derechas/izquierdas?” Es la sombra de tiempos pasados, que planea en secreto sobre la actualidad. Cuesta acostumbrarse a que uno pueda pensar abierta y libremente y a que aunque eche una papeleta de un color en las urnas pueda estar de acuerdo con otro en algunos aspectos. Lo sencillo, lo humanamente natural, es encasillar al individuo. Pero hay que hacer un esfuerzo y pensar un poquito más. No somos personajes planos de historieta, somos seres complejos e impredecibles que se transforman y cambian con el tiempo.

Desde hace ya mucho se discute por el rumbo que España debería tomar. Al tratar este tema aparece el fantasma del Franquismo, que nos persigue y nos vuelve indefensos ante disputas políticas que no llevan a ningún sitio. Olvidamos que, por muy dispares que sean nuestras opiniones, estamos todos en el mismo barco. Cambiar nuestra visión política es esencial para aprender de los demás y quedarnos con lo mejor de cada ideología. Hay que demostrar que los fantasmas no existen, y eso solo podemos hacerlo juntos.

martes, 16 de agosto de 2011

Inteligencia de doble filo

      Si dijera que el ser humano es egoísta por naturaleza no descubriría nada nuevo. A estas alturas de la Historia ya nos conocemos bastante bien, y ha quedado claro que quien más, quien menos, todos barremos para casa. Sin embargo, hace ya mucho tiempo, alguien que pasaba de lo que era o no era natural decidió darle al intelecto para inventarse la moral, la ética y demás disciplinas mayores. Aparecen entonces por primera vez las frases “hay que compartir” y “el que come y no convida tiene un sapo en la barriga”, seguidas por un sinfín de variantes del palo. Gracias a ese señor o señora de identidad anónima, ahora se vive mucho mejor y la solidaridad es un aspecto intrínseco de la vida moderna. Bueno, más o menos.
A esta realidad narcisista podríamos otorgarle una perspectiva de mayor magnitud si nos dejáramos de antropocentrismos y adoptáramos una forma de pensar más justa con nuestro entorno. El humano, como ser vivo que es, siempre ha buscado lo mejor para sí mismo pero, salvando las distancias individuales y quedándonos con la humanidad como colectivo, nunca nos ha importado demasiado lo que les depare a nuestros compañeros animales o vegetales. Al fin y al cabo, el humano es el habitante superior del planeta y hace con las demás criaturas de Dios lo que le place, utilizándolas como mejor le viene. Pero esta premisa aparentemente incuestionable y que es el pan nuestro de cada día supone también un atentado contra la naturaleza.
Pensemos un poco. Movimientos corporales, gestos, hábitos, métodos de reproducción, antepasados comunes... Al final va a resultar que nos parecemos más de la cuenta a los animales, qué horror. Y es entonces cuando recordamos que nosotros seguimos siendo también animales a pesar de nuestro intelecto superior. ¿Pero nos da la inteligencia derecho a actuar como si fuéramos dictadores en la Tierra? Nuestra mayor virtud es también nuestro peor defecto, todo depende de cómo se enfoque. Hemos construido filosofías y religiones a nuestro alrededor, pero hemos dejado fuera de las fronteras racionales a las demás especies habitantes del planeta. ¿Qué pasa con ellas? ¿Tienen también religión? ¿Les está reservada una parte del Cielo? ¿Por qué siempre se nos aparecen espectros humanos y nunca uno de caballo o ratón? ¿Es que no tienen espíritu? Reducir todas estas cuestiones solo a los humanos sería de ser un egoísta de lo más banal, pues en el fondo somos igual de animales que el resto.
Toda esta reflexión medio metafísica podría rondar por la mente de los lectores como mucho una media hora larga. Después se olvidarán y nada de esto habrá ocurrido, como si de una hipnosis se tratase. Pero debemos saber despertar a tiempo y darle a todo esto un sentido más práctico y terrenal. Hace falta más concienciación social y más activismo, pues, paradójicamente, los habitantes del planeta con mayor capacidad mental son también los que más están perjudicando a la Tierra. Nucleares, combustibles fósiles, deforestación... son pequeñas muestras de que el egoísmo característico de la raza humana tiene un doble filo al que hasta hace poco tiempo no se le ha prestado mucha atención. Pero aún podemos intentar retroceder unos pasos en progreso para avanzar en evolución. Sí, es cierto que no somos políticos ni poderosos magnates, pero algo podremos hacer, por ahí empieza la concienciación social. Seres superiores, el rumbo de la Tierra y de todo cuanto se haya en ella está en nuestras manos.

domingo, 30 de enero de 2011

La idiomática del Senado


Puede que hayan notado que hace ya cuatro meses que no me muevo por estas aguas. Y también puede que no, puesto que no frecuentan este garito desde el mismo día en el que lo abandoné. Pues bien, sea cual sea el caso, he estado pensando y creo que ya va siendo hora de cerrar el chiringuito. De desaparecer, vamos. ¿El motivo? No, no estoy estresado por la rutina, y tampoco por tener que sacar del agujero a especuladores que jugaron con nuestra economía. Es una razón mucho más simple: voy a emplear todos mis sudores en intentar conseguir un trabajo que me satisfaga plenamente y, por tanto, no puedo mantener simultáneamente – aunque me gustaría – este lugar. El oficio del que espero vivir es novedoso e innovador: pretendo ser traductor de idiomas en el Senado. Y es que ahora que hay crisis y está todo tan mal aquí en España a–o eso nos hacen creer– lo de instalar los pinganillos en el Senado es un movimiento político del que puedo sacar jugo. Lo tengo todo pensado, ahora les explico.
Al ser del litoral levantino, ya llevo el catalán/valenciano aprendido de serie, algo que me dota de cierta ventaja con respecto a otros candidatos al puesto. El gallego ya lo entiendo más o menos, así que sólo he de darle un repasito rápido. De esta forma puedo centrarme en el idioma que menos manejo, es decir, el euskera. Ya estoy en ello. Me he apuntado a algunos cursos y tengo colegas de la zona norte que se han ofrecido –voluntariamente, claro está- a ayudarme con mi tarea. Desde luego espero que la jugada me salga bien y no se me pongan tiquismiquis los senadores, porque como encima me pidan que traduzca a aranés y bable asturiano les introduzco el pinganillo por cierto orificio corporal y que se descifren ellos.
Movidas laborales aparte, la forma por la cual los pinganillos se han introducido en el Senado también es interesante. Aunque la mayoría lo desconoce – a mí me ha costado un rato largo encontrarlo aunque era bastante predecible – el asunto este del multilingüismo es una iniciativa del ‘Partit dels Socialistes de Catalunya’ (PSC) y grupos nacionalistas varios. Lo gracioso es que la proposición tiene más de un año y en un primer momento casi nadie le prestó atención. Abrimos los periódicos aquella mañana y mira Manolo, que cachondos los catalanes estos lo que dicen, están todos locos. Pero poco a poco, así por debajo, el temita prosperó. Y cuando nos quisimos dar cuenta ya se estaba debatiendo en el Senado pinganillos sí, pinganillos no.
Punto por punto, si España fuera un país con un nivel de civismo medio-alto, lo lógico sería que se utilizara, ya no en la política sino también en reuniones y ceremonias diversas, un idioma que la mayoría pudiera comprender para evitar malentendidos y problemas innecesarios, que en este caso - no tengo miedo de reconocerlo - es lo que defiende el Pepé, aunque sea más que nada porque le conviene y debe nadar siempre a contracorriente de Zetapé. Pero como no es el caso y España es un país de antiguos Reinos (Aragón, Castilla, Navarra…) empalmados con celo y pegamento del todo a cien, no se le puede negar, a quien posee una lengua distinta al castellano, el derecho a utilizarla en la política central siempre y cuando sea oficial del Estado español. Y eso, Aguirre y compañía, es lo más justo y está recogido en la Constitución. Por lo tanto, siendo este el país en el que nos movemos y no otro, no consigo posicionarme a favor de ningún bando.
Lo que sí que sobra, y de forma desmesurada, es la guasa de, por ejemplo, el señor Monago, presidente del Pepé en Extremadura que asegura usará el ‘extremeño’ para dirigirse al Senado; así como también las imágenes de senadores cachondeándose del pinganillo y compartiendo risas como si estuvieran tomándose unas cañas en el bar de enfrente. Faltaban los cantamañanas estos contribuyendo a caldear el ambiente, como si no estuviera ya suficientemente cargadito. Y es que el multilingüismo en el Senado más que un derecho parece una pelea de gallitos, a ver quién es más orgulloso y puede más. Sale el portavoz de del PSC hablando en catalán y le llueven aplausos de sus amigos. Sale la representante del Pepé gallego y dice que, aunque ama el gallego, utilizará el castellano porque lo entienden todos, y la vitorean sus compis de partido. Eso sí, de los puntos a tratar ese día en el Senado seguro que ninguno se acuerda ya. Sinceramente, no sé cómo puede caber tanta estupidez en una sola habitación. Aunque sea muy grande.
Ah, por cierto, por si quedaban dudas, no voy a cerrar esto. De aquí no me mueven ni las filtraciones de Assange.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Inmigrantes de ocasión

Menudo lío se han guisado en Francia. Bueno, francamente, Sarkozy se lo ha cocinado él solito. Un escándalo. La expulsión de inmigrantes, mayoritariamente gitanos rumanos, del territorio francés es uno de los temas tabú del momento. Traspasando fronteras gracias en parte a los medios, la polémica se ha colado en el seno de la política continental, donde la Comisión Europea ha abierto un expediente a Francia por su “dureza en la expulsión de inmigrantes”. Y opiniones las hay para todos los gustos. La primera en desatar la cólera francesa fue ni más ni menos que la vicepresidenta de la Comisión Europea, Viviane Reding, llegando a comparar la deportación llevada a cabo en Francia con la situación que se vivía en Vichy en la Segunda Guerra Mundial. Las declaraciones fueron recibidas con duras críticas por muchos de los jefes de gobierno que allí se encontraban, incluido el nuestro, y Reding tuvo que disculparse por si “se habían malinterpretado sus palabras”. Pero a Sarkozy le duró bien poco la sonrisa. El ex Primer Ministro de Portugal y ahora presidente de la Comisión Europea, Durao Barroso, se enfrentó abiertamente al presidente francés en la última cumbre de líderes europeos. Algunos de los asistentes calificaron la disputa de bronca monumental.

Mientras, en la calle, la gente se opone a las extradiciones de inmigrantes. Se organizan manifestaciones con gitanos rumanos a la cabeza y se intenta de algún modo parar los pies al gobernante francés. Ciudades como Roma, Barcelona, Madrid o la mismísima París ya han mostrado su contrariedad ante los hechos. Sin embargo, muchos de los que defienden los derechos de los inmigrantes, aunque protestan con razón, han escogido argumentos erróneos.

Me refiero a que los gitanos rumanos residentes en Francia no tienen derecho a quedarse ahí donde están porque sí, así por las buenas, aprovechándose de que hace tiempo se decidiera abolir fronteras entre los países pertenecientes a la Unión Europea. De hecho, con las leyes europeas en la mano, se podría afirmar que Sarkozy tiene potestad para expulsar a todos los inmigrantes que considere convenientes y que no cumplan los requisitos propuestos por la UE. Es decir, todos los inmigrantes pueden residir en cualquier país adscrito a la asociación europea si, en un periodo máximo de tres meses, encuentran trabajo, vivienda o recursos con los que pagar al Estado correspondiente los impuestos de turno. Por no hablar del padrón. Deportar a los inmigrantes es de ser un cabrón, uno bien grande, pero el presidente francés no incumple la ley.

Desde la cúpula europea, las críticas más duras a la acción que Sarkozy desarrolla han hecho referencia a la supuesta discriminación étnica de las expulsiones. Lo cual, bien mirado, puede que albergue algo de razón. Pero yo quiero ir a parar a otra cosa, a la maldad y al oportunismo humano.

Tiempos de bonanza. El sol brilla en lo alto del cielo y llueve cuando tiene que llover, lo justo para mantener cosechas. La Bolsa en Wall Street va viento en popa, y las casas se venden a un ritmo que casi ni se recordaba. Los inmigrantes, gitanos, y los venidos en pateras trabajan en oficios tan ruines que los europeos ni aceptamos. Prácticamente, viven explotados. Pero, entonces, cambian las tornas. Son tiempos de crisis y sequías, y el desplome de la Bolsa estadounidense ha contagiado a la mundial. Los inmigrantes se encuentran atrapados en el ojo del huracán mientras miles de dedos acusones les delatan como culpables de la recesión. Porque nos gusta hacerlo, nos encanta echarle la culpa a los demás. Un poco más tarde llegan las miradas recelosas, las maldiciones entre dientes y las soluciones fáciles y precipitadas. Echarlos, sí, qué gran idea.

¿Por qué no nos acordamos de los inmigrantes cuando la cosa prospera? Hablando en plata, porque estamos de puta madre y nos viene muy bien esclavizarlos. Así que yo le pido al primer ministro francés que, aunque las tenga todas consigo para echar a los gitanos rumanos como si fueran la peste, lo deje estar, podemos pasarles ésta. Porque cuando las leyes fallan y no se ajustan a la realidad, es momento de emplear la moral y la ética. Los políticos siempre han tenido fama de grandes oradores y buenos pensadores. Ahora sólo falta que lo demuestren.